Despierto. Domingo 18 de julio. Alajuela.
Será tarde, pues estaba cansada del viaje y me daba la impresión haberme recuperado de éste. Miro la hora, las 9:00. Qué pronto! Intento dormir y no hay manera con ese follón de personas hablando en inglés de fondo [y aún el nervio de no saber bien que iba a pasar con mi vida en las próximas horas/días]. Salgo pensando que el desayuno se había acabado, pero no era así, seguía llevando el horario mexicano, así que era una hora menos.
Allí entre tanto “gringo” estadounidense se encontraba un Tico y un Nica (*Apunte: NICA dícese de la persona nicaraguense). Mientras me sirvo en el plato un poco de gallo pinto (arroz con frijoles) y café bien caliente (de momento no es recomendable beber agua hasta acostumbrar al cuerpo debido a posibles reacciones secundarias con defecaciones acuosas). Entablo conversación con dichos nuevos amigos. Me comentan que son guías de los gringos, que van a colaborar con un hospital aquí en Tosta Rica, y hablamos un poco sobre el mundial y Sabina.
Buscamos un mapa y me recomiendan tantos sitios que necesito ir a mi habitación para coger un boli (*Apunte: aquí se dice lapicero) y papel para no olvidar ni medio. Son muy simpáticos. Nos despedimos. Me ducho. Cambio euros a colones costaricenses (1€ aprox 660 colones) y me voy en taxi hacia la estación de buses para tomar mi autobús a San José. Taxi=1200 colones, autobús de Alajuela a S.José = 400 colones. El autobús dura unos 30 minutos y el paisaje es muy parecido a Monegros; pero al verés.
Allí he quedado con mi amigo granadino Álvaro, a quien aún no conozco pero se encuentra en la misma situación que yo: Españoles callejeros viajeros en Tosta Rica. Él ha llegado un día antes que yo, y rezo porque aparezca en el parque de La Merced.
Nada más llegar me da un poco de miedo, imaginad la escena: yo cargada con maleta y mochila y con una cara de pardilla que era imposible disimular entre tanto tico loquitico.
Aquella plaza parecia la versión cutre de la del Pilar. Por las palomas, digo.
Menos mal que el paisano de Los Planetas no tarda en aparecer. Lo reconozco por lo típico del cotilleo en el facebook, y al pobre no paro de hablarle por lo típico de: ¡qué ganas tenía de hablar después de tanto tiempo callada! Vamos a San Pedro, una pedanía, o barrio, o lo que sea; de S.José. Casa Yoses se llama ese lugar, muy chulo; un jardín, unas hamacas y gente muy agradable. 13 $ la noche. 7500 colones. Desayuno e impuestos incluido. http://www.casayoses.com/
Para romper el hielo nos vamos a un bar a conocer la bebida de aquí: CERVEZA IMPERIAL. No contentos con eso conocemos un par de cervezas más y nos pedimos de comer patacones(*Apunte: Plátanos aplastados con salsa de frijoles) y flauta de pollo con zarrios y movidas, ya me entiendes.
Me compro una tarjeta de móvil en un centro comercial al lado de la plaza de la Hispanidad y seguimos la ruta turística de bares.
Los chicos NO son negros, y las chicas llevan uñas largas pintadas de cosas muy cutres.
La gente es simpática, siempre responden de forma educada y con una sonrisa, siguiendo a tu “muchas gracias, muy amable” un “mucho gusto” o “pura vida”. Te dan ganas de preguntar todo el tiempo sólo por oírles decir eso.
Los autobuses urbanos valen 200 colones y tienen un detector en la puerta, así que si quieres preguntar algo debes hacerlo gritando desde fuera si no quieres que te cobren (como nos pasó a nosotros, seremos pardillos...). Lo de los autobuses es increíble, no tienes que esperar ni 5 minutos, siempre hay autobuses hacia todas partes. Ah! Y la puerta delantera no la cierran, así que te puedes subir en cualquier semáforo o cuando el autobús esté parado.
Preguntamos a unos policías que se estaban hinchando a doritos dónde paraba “Calle la amargura” y nos dan todas las explicaciones. Prepárate que viene curva: dosientos metros hasia la derecha, siga tres cuadras hasia arriba y ande hasta la bomba que hase esquina (*Apunte: BOMBA no es la canción del verano, son las gasolineras). No tienen direcciones los muy bastardos, se ve que con alguna iglesia, un par de nombres y Norte y Sur se apañan, increíble. ¡ Lo más sorprendente es que dicen que las cartas llegan!
Nos aconsejan que tengamos cuidado, que es una zona que se aleja un poco del centro. (No sé a qué viene tanto escándalo, aquello era más tranquilo que andar por el puente de Cervantes a las 3 de la tarde).
Llegamos a un antro muy…. auténtico, esa es la palabra. Todo de madera, bastante reventado. Sin puerta en el baño de los tíos y todo lleno de ticos. Nos pedimos nuestra última Imperial y nos lanzamos a la piscina con el ron. Eso sí, con poco hielo, no sea que nos defequemos.
En todos los bares de beber se puede pedir de comer, aquí la gente en cualquier bar a cualquier hora se piede un plato de lo que más le plazca.
Mi hermano me contaba que en Perú la gente se emborrachaba en el bar y se quedaba dormida. La gente de allí me recordó a lo que yo imaginaba cuando mi hermano me contaba eso.
Nos vamos a “La California”, por donde nos han dicho que hay un bar que mola: el Latino Rock. Serían las 18:00 de un domingo y aquello parecía un sábado por la noche. El portero nos registra y nos pide el pasaporte; y 200 colones para entrar. Había un concierto de un batería y un guitarra que menos mal no tardaron mucho en acabar (lo que nos costó bebernos medio ron-cola) y pusieron un par de canciones de Manson. Álvaro pensó que sería interesante cambiar de sitio y buscar algo de salsa; pero como no lo encontramos y ya era de noche (aquí anochece durante todo el año sobre las 17:30-18:00) nos metimos en el bar “Reventados”, que digo yo, qué nombre más apropiado!
Había un futbolín y yo me empeñé en jugar, así que pregunto a la pareja de detrás si se apuntaban. Chicas contra chicos; ganamos nosotras. Nos bebemos una Pilsen o dos más y conversamos con nuestros nuevos amigos: Lucrecia y Paulo. Decidimos cambiar de sitio y nos llevan en coche hacia una discoteca: La avispa. En el trayecto Lu nos aconseja que no vayamos por la noche por San José andando. Bueno saberlo.
Llegamos a la disco y más de lo mismo: seguridad registrando y pidiendo pasaporte. Nos pedimos una birra y Lu nos presenta a sus amigas. Muy simpáticas, por cierto.
No tardamos mucho en darnos cuenta que era una discoteca de gays y lesbianas. Fue algo muy curioso; imagina un hombre bailando sus mejores pasos de salsa mientras se restriega con otro de su mismo sexo. Muy guapo. Álvaro estaba cansado (y acojonado!) así que cogimos un taxi y nos fuimos a Casa Yoses. Regateando le bajamos de 2500 colones a 2000. El beso que me pedía el taxista a cambio no se lo dí, claro.
En el hostal empezamos a hablar con el de recepción; chico joven de pelo más o menos largo y bigote. ¿Cómo se llamaba? Marcelo. Un chico muy bohemio, tranquilo, de aquí. Guapísimo.
Hablamos con él durante más de una hora y fumamos de su pipa de buenas noches.